No hizo falta mucho para reducir el castillo de naipes de la civilización. Solo unas pocas ráfagas y pasó, la balanza se inclinó, se rompió el encanto. Los buenos ciudadanos se dieron cuenta de que las líneas que habían dado forma a sus vidas eran imaginarias y se cruzaban con facilidad. Tenían deseos y necesidades y el poder para satisfacerlas, así que lo hicieron. En el momento en que se apagaron las luces, todo el mundo dejó de fingir.